Neurociencias: cerebro y corazón
Saber cómo funciona el cerebro, por qué y cómo recordamos, o entender la capacidad de retener las experiencias en la memoria, aunque sea parcialmente, me ha parecido fascinante desde pequeña. Lo comparo con la entrada a un enigmático laberinto o quizás a hacer grandes expediciones en un tranvía por el que viaja la memoria, atrapando momentos, almacenándolos y recuperando información para reconstruir todo lo que se encuentre en el camino.
El cerebro, la mente y la memoria, conceptos que en principio parecieran similares, no lo son para la psicología ni para las neurociencias. Estas disciplinas han establecido sus distinciones para cada uno de ellos. Es curioso que en los últimos años, las neurociencias comienzan a dar cuenta con más precisión de los pensamientos, los impulsos, las emociones, la consciencia y la toma de decisiones; asuntos que creíamos que estaban exclusivamente ligados a la filosofía, a la ética, a la psicología y al psicoanálisis. En el libro Usar el cerebro de Facundo Manes y Mateo Niro se advierte que en las últimas décadas, las neurociencias han tenido un enfoque multidisciplinario que incluye a psicólogos, psiquiatras, filósofos, lingüistas, biólogos, ingenieros, físicos, matemáticos y, por supuesto, neurólogos, entre otros especialistas.
A partir de este enfoque, las neurociencias expanden el horizonte que teníamos de ellas. Lejos de la imagen creada de un científico frío, solitario, calculador, malhumorado y que solo busca fórmulas para ganar un premio o hacerse famoso, aparece esta perspectiva más humanista del científico que colabora con un equipo heterogéneo y es apasionado.
Preguntas como cuál es el origen del pensamiento o qué es la consciencia han merodeado a la humanidad desde hace mucho. En Usar el cerebro se traza una breve historia del surgimiento y resolución, hasta el momento, de estas y otras preguntas.
Hoy en día sabemos que el órgano del cuerpo que controla y dirige nuestro comportamiento es el cerebro, pero esta idea no estuvo tan clara hasta el siglo pasado. Lo indudable de esta afirmación es que también ha existido un vínculo inevitable entre cerebro y corazón, aunque ambos estén localizados en lugares distintos. Por ejemplo, los egipcios creyeron que era el corazón el que regía el cerebro o, al menos, que toda memoria e inteligencia provenía del alma. Los filósofos griegos debatieron incansablemente sobre cuál de los dos órganos tenía un rol más importante: piénsese en Platón, para quien el cerebro era “el asiento del alma” o, por el contrario, en Aristóteles, para quien el corazón era “el continente del alma”. El hecho es que no fue hasta el siglo IV antes de Cristo que se tuvo evidencia de los primeros estudios anatómicos del cerebro, gracias al filósofo Nemesio. A partir del siglo XIX es que encontramos estudios que detallan la anatomía del cerebro, se nombran algunas de sus estructuras y emergen importantes descubrimientos que nos confirman que es el cerebro el que rige y controla nuestro cuerpo y comportamiento, no el corazón.
Con respecto a las emociones y al corazón, también las neurociencias han hecho investigaciones valiosas. Es a partir de estas que se plantea que el amor modifica nuestro cerebro y que está demostrado que en el estado de enamoramiento se hallan manifestaciones somatosensoriales. Tanto es así, que en estudios de neuroimágenes funcionales se ha podido detectar que cuando nos enamoramos la corteza frontal del cerebro (vital para el juicio) se apaga; así como el rol que tienen los transmisores químicos y hormonales en el estado de enamoramiento. Aun así, falta mucho por conocer de este sistema nervioso y su relación con la toma de decisiones y las emociones.
Más allá de los cuentos que nos hayan hecho cuando pequeños sobre cerebro y corazón, existe una conexión inevitable, necesaria y fundamental entre el sistema nervioso y las emociones. No importa, como decía Platón, que el cerebro sea el “divino órgano” porque está ubicado más cerca del cielo; hay que reconocer que gracias al enfoque multidisciplinario de las neurociencias podemos, desde esta nueva perspectiva, pasar repaso de cómo funcionan el cerebro, el pensamiento, la consciencia y las emociones. Sin duda, conocer mejor la relación y el funcionamiento entre cerebro y corazón será tema de discusión inagotable. Mientras, nuestro cerebro, ese que lo controla todo, seguirá atrapando recuerdos que el sistema de la memoria codificará, almacenará, recuperará y seguirá sintiendo.
Tania A. Ramos González (AZULA)
Gerente de pruebas de Español
College Board Puerto Rico y América Latina